martes, 1 de julio de 2014

Fantasía...

 Por ti. Para ti. Contigo...

Una tarde cualquiera en la que el sol entraba por las ventanas de la casa, tú radiante, sentada en el sillón, me mirabas embelesada.

Tu mente viajaba a mundos desconocidos para mí, nuestra conversación era normal.
Sin saber cómo, todo varió. La conversación derivó hacia sueños y fantasías, ambos abrimos nuestra caja de sueños sin realizar, nos reíamos con nuestras ocurrencias.

Se te notaba inquieta pero no silenciabas tu voz, querías atreverte a desplegar tus íntimos secretos, necesitabas expresar esa parte de ti que no conocía nadie, nunca habías podido expresarte tan abiertamente y sabías que esa era tu oportunidad.

-       ¿Sabes qué?... – dijiste indolente – Siempre he querido tener el cuerpo de un hombre para mi antojo.

Me sorprendió ese arrebato de sinceridad y atrevimiento.

-       ¿Para tu antojo?, ¿Qué quieres decir? – respondí sin poder ocultar mi sorpresa.

Tus ojos se clavaron en el suelo, se te cayó el mundo encima. Esa frase había salido de ti sin que pudieras controlarla y te sonrojaste.

Fue un momento tan inesperada esa reacción que simplemente callé dándote tiempo. Sonreíste nerviosa y lanzaste tus palabras atropelladamente…

-       Sí, quiero saber qué es tener a un hombre desnudo ante mí, tener una crema o aceite para bebés y extenderla por su cuerpo sin que él haga nada, acariciarlo a mi antojo…

Silencio.

Esperabas mi reacción. Te avergonzó el atrevimiento que demostraste y callaste.

No supe qué decir, me dejaste en el sitio, sin esperarlo.

Mi reacción te envalentonó terriblemente porque te lanzaste a por todas y … solo dijiste:

-       Déjame hacértelo, tengo la crema y me gustaría hacer realidad esa fantasía contigo.

Sin más, te levantaste del sillón, me cogiste la mano y me llevaste a la alcoba, yo no sabía qué hacer o decir, seguí sin reaccionar, no era capaz de entender lo que estaba pasando… ¿era tan sumiso?... No me creía lo que sucedía, todo era irreal.

Tu atrevimiento, mi silencio, tú decidida a todo, yo petrificado. No conocía esa parte de ti.

Ya en la alcoba, me desnudaste sin vacilar, mi camiseta cayó a un lado de la cama, acariciaste mi pecho mirándolo fijamente, dejabas que tus manos se deslizaran por mi torso a su antojo, me besaste en el pecho y tus manos se posaron en mi espalda acariciándola de arriba abajo, notaste mi estremecimiento y clavaste tu uñas…

Cerré los ojos por el placer que sentí, increíble, me di cuenta que podía cumplir tu fantasía, me dejaría hacer, me dejaría llevar por tu antojo, me di cuenta que podía confiar en ti ciegamente y decidí no abrir más los ojos.

Deslizaste tus manos hasta mi cadera, el pantalón que llevaba puesto te impedía continuar así que rodeaste mi cuerpo sin separar tus manos de mi piel hasta llegar al botón del pantalón, lo desabrochaste con facilidad y dejaste que tus manos se deslizaran hacia abajo, el pantalón no cayó, así que quedaron atrapadas, pegadas a mi piel irremediablemente.

Te sentías envalentonada y rápidamente moviste las manos hacia atrás, me agarraste mis nalgas con un deseo irrefrenable, ese movimiento hizo que la cremallera del pantalón se abriera de golpe y cayera el pantalón a mis pies. La excitación subió en mi como un torbellino, mi pene se puso erecto en décimas de segundo, seguías manoseando mis nalgas, el bóxer era la única prenda que cubría mi cuerpo, pero al ser de lycra remarcaba mi excitación.

No veía nada, mantener mis ojos cerrados te ayudaba con tu atrevimiento, me pediste levantar una pierna para quitar del todo el pantalón, que estaba atrapado mis pies. Te agachaste ante mí, mi imaginación comenzó a jugarme malas pasadas y descubrí en mi mente cuál sería tu siguiente acción en esa postura, pero nada más lejos. Era tu antojo quien mandaba, eras tú quien decidía.

Con tus manos en mis tobillos comenzaste a acariciarme, una mano en cada pierna, subías y bajabas sin ton ni son, entre mis muslos, por mis nalgas. Yo desesperaba porque sentía tu agitada respiración en mi pene, sabía que lo mirabas, lo tenías ante tu boca, cubierto por el bóxer, pero eso no te impedía ver cómo crecía irremediablemente ante el deseo que me hacías sentir, lo veías palpitar pidiendo tu boca, pero tú mandabas y sabías cuál sería el siguiente paso…

No lo esperaba, me arrancaste el bóxer con fuerza, mi pene bailó ante ti libre de toda atadura, delante de tu cara. Claramente te oí tragar saliva. Estaba convencido, tú también me deseabas, y la saliva llenaba tu boca ante tanta lujuria. Tus manos se deslizaron hasta mis nalgas, clavaste las uñas con rabia y no pude más que reaccionar adelantando mis caderas. Esa acción hizo que mi pene quedara a milímetros de tu rostro… Fue increíble, posaste un beso tan dulce en mi miembro que me dejó sin aliento, tus labios estaban ardiendo, sentí un rayo recorrer mi espalda y volví a lanzar mi cadera hacia a ti, pero ya no estabas, te habías ido…

Completamente desnudo, me ordenaste que me acostara en la cama. Sentí cómo te acercabas, empezaste a acariciar mi piel, sin crema, solo paseando tus dedos por mi cuerpo, sin camino marcado, una mano en mi muslo y la otra en mi pecho, mi estómago o mis hombros, mi cara o mis pies. Sin sentido. Sin rumbo. No hubo parte que no acariciaras y que no hicieras estremecer al paso de tus manos…

-       No abras los ojos, déjame hacer… dame esa libertad. - Me dijiste, a lo cual asentí afirmativamente con la cabeza.

Era imposible negarte nada en esos momentos, mi sumisión era total, me sorprendía de mí mismo, no sabía que pudiera llegar a esos extremos y muchísimo menos que llegara a sentir tanta necesidad… Mi pene estaba en una erección total desde hacía rato y comenzaba a notar el calor que desprendía mi miembro.

Ensimismado en mis pensamientos no fui consciente de que habías ido a buscar algo, una crema hidratante. La sentí helada cuando la dejaste caer en mi pecho. Ese frío me estremeció hasta la médula, lo notaste, te encantó y volviste a dejar caer unas gotas en diferentes partes de mi cuerpo, mi piel reaccionaba a cada gota, evitabas claramente la zonas erógenas de mi cuerpo, siendo consciente de todas ellas.

Te habías propuesto erizar hasta el último rincón de mi cuerpo… de repente dejaste caer un chorro en mi miembro.

Me pilló desprevenido pero mi reacción fue arrebatadora, el aumento repentino de la erección hizo que mi pene enrojeciera al máximo, totalmente descontrolado: el glande en un rojo carmesí llamaba tu atención y aumentaba tu lujuria, lo notaba, te removías inquieta sentada a mi lado, oía tu respiración agitada…

Aún con mis ojos cerrados, noté cómo te movías de forma extraña, no fui consciente de nada pero la inquietud me invadió de golpe, quise abrir los ojos pero algo cayó de repente en mi cara: tu blusa. Tu olor, el olor de tu cuerpo invadió mi mente, me excité todavía más al saber que te estabas desnudando, y otra vez mi imaginación me engañó con nuevas imágenes que no eran reales…

Posaste tus manos en mi piel para extender la crema por mi cuerpo, la sensación fue tremenda. Las palmas de tus manos estaban ardiendo en contraste con el frío de la crema, la disparidad de temperaturas y mi excitación hicieron de mí un guiñapo, un muñeco que no dejaba de soportar un aluvión de sensaciones. Deslizabas tus manos como querías y por donde querías, mi respiración se agitaba cuando pasabas cerca de algún lugar sensible de mi cuerpo; evitabas claramente mi sexo, solo de vez en cuando sentía algún dedo que pasaba ostensiblemente cerca de mi pene. 

Era arrebatador no tener el control de mis sensaciones, no poder decirte qué tocar o cómo hacerlo, me hervía la sangre, pero tú saciabas esa sed de necesidad que me invadía, sabías qué hacer, cómo hacerlo, no sé cómo pero lo sabías… De vez en cuando dejabas que tus labios se posaran sobre los míos o en alguna parte de mi cuerpo y siempre me sorprendías al hacerlo, era insoportable ya, me dolía el pene porque no soportaba la presión de la sangre que lo mantenía erecto, palpitaba sin control, te gritaba pidiendo que lo atendieras pero tú seguías acariciando mi cuerpo sin prestarle la atención que te exigía…

¡¡Date la vuelta!! – ordenaste secamente. Obedecí y sentí un dolor increíblemente excitante al dejar caer mi peso sobre mi pene; al aprisionarlo entre el colchón y mi cuerpo, mi pene me demostró hasta qué punto estaba sensible. Sentía latidos de placer allí donde pasaban tus manos, seguías acariciándome pero esta vez no dejabas ni un resquicio sin tocar. Se notaba que mis nalgas te gustaban porque no parabas de acariciarlas, de recorrer la separación entre ellas, sabías que eso me excitaba más, jugabas con tu experiencia y con mis sensaciones… 

Yo no podía más, notaba en mi estómago el latir de mi pene, necesitaba espacio para expandirse más… Me agarraste de un hombro y me diste la vuelta sin miramientos. Acto seguido comenzaste a acariciar mi sexo, ostensiblemente dejabas escapar tus ganas de sentirlo tuyo, de poseerlo y sentirlo en tu interior, pero te controlaste. Sabías que te pertenecía, así lo demostrabas. Volviste a empaparla de crema, la rodeaste con tu mano y comenzaste a masturbarme. ¡¡Dios!!...

Moría de placer, jadeaba sin control, desesperado, y tú apretabas el pene con más fuerza aún, moviendo la mano arriba y abajo con algo más de ritmo. Dolía levemente que apretaras tanto, pero eso me excitaba aún más. No era capaz de pensar, solo sentía placer. Algo indescriptible me invadía el cuerpo, me arqueaba por las olas del placer que sentía. No podía controlarme. Mis caderas iban y venían al ritmo que marcaba tu mano… necesitaba ya algo más. No podía pensar. La lujuria, el deseo, la pasión, no dejaron hueco en mi mente, necesitaba el orgasmo ya, no soportaba más dolor y placer… 

Así que me levanté de golpe, casi arranqué mi miembro de tu mano. Estabas sorprendida. Quisiste hablar pero no te lo permití… Vi que aún llevabas los pantalones cortos y tus braguitas. Tus pechos al aire me saludaron amablemente con un movimiento ondulante cuando te lancé sobre la cama…
Te desgarré la ropa sin miramientos, no podía controlarme, te di la vuelta y hundí tu cara contra la almohada. Quería dominarte, abusar de ti sin miramientos, hacerte sentir lo mismo que tú me habías hecho sentir… 

Casi enloquezco cuando vi brillar en tus muslos los flujos que dejaba escapar tu sexo, estabas tan o más excitada que yo… No lo soporté más y te penetré salvaje. Lo noté, sentí como mi glande llegó a la pared más profunda de tu vagina y gemiste de puro placer… Mis manos en tu cintura atraían tus caderas hacia mí, marcándose tu pálida piel por la fuerza que ejercía. 

No quería soltarte y te arremetía una y otra vez intentando atravesarte… Tu placer iba en aumento porque sentía correr tu flujo por mi pene y caía goteando desde mi escroto… 

¡¡Dios!!, no podía más. No lo soportaba. Llegaba al orgasmo ayudado por ti, me agarraste las manos tirando más de mí hacia a ti, comenzaste a mover tus caderas convulsivamente y mi penetración se hizo más profunda aún. 

Sentía en mi glande el golpeteo de tu vagina, te estabas corriendo salvajemente, tus fluidos empaparon mi pene y caía por mis muslos. 

Esa sensación me arrebató el poco control que me quedaba… Llegamos juntos al orgasmo. Mis movimientos eran salvajes, sentía tus nalgas chocar contra mis caderas de un modo bestial, querías tener todo mi miembro entero para ti, dentro de ti, llenándote completamente, sin dejar un resquicio… 

Nuestros fluidos salpicaban nuestra desesperación, a cada embestida salían más fluidos excitándonos más y más, descontrolados. Puro placer… Pura pasión desbocada que aumentaba con cada penetración. No paramos de movernos, queríamos más, yo seguía con una erección total y tú con ansias de sentirme más profundamente si cabe…

Tras varios orgasmos seguidos, nos pudo el cansancio, sudábamos derrotados… 

Dejé caer mi cuerpo sobre tu espalda y tú dejaste caer tu cuerpo sobre la cama. 

No había dejado de penetrarte y seguimos unidos durante un rato más. Nos habíamos dejado llevar por tu fantasía… y ahora ahí estábamos, enredados por un sueño y atrapados por la pasión y la lujuria del momento.

Lo mejor de todo llegó tiempo después, cuando compartíamos otro momento de charla sobre lo mundano y lo divino de nuestras vidas en el que dijiste:

-       ¿Sabes…?. ¿Recuerdas aquella vez que cumplimos mi fantasía? - asentí y continuaste.- Yo solo quería y buscaba masturbarte, ver cómo llegabas al orgasmo y ver como explotabas de placer.

Nos miramos fijamente a los ojos, y supimos perfectamente que esa antigua fantasía, la haríamos realidad.

No hay comentarios :

Publicar un comentario